lunes, 28 de mayo de 2012

CONSIDERACIONES SOBRE POESÍA MEXICANA CONTEMPORÁNEA


Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982
Margarito Cuéllar (Compilador,Coordinador,Prólogo,Notas), Mario Meléndez (Compilador, Notas), Luis Jorge Boone (Compilador, Notas), Mijail Lamas (Compilador, Notas)
Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades/UANL
Colección: Poemas y Ensayos
México 2012
P.P. 544
Poetas de la muestra: Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Coral Bracho, Eduardo Langagne, Víctor Manuel Cárdenas, Héctor Carreto, Mario Santiago Papasquiaro, Ricardo Castillo, Vicente Quirarte, Víctor Manuel Mendiola, Fabio Morábito, Jorge Valdés Díaz-Vélez, Javier Sicilia, Luis Miguel Aguilar, Silvia Tomasa Rivera, Jorge Esquinca, Minerva Margarita Villarreal, José Ángel Leyva, Juan Domingo Argüelles, Baudelio Camarillo, José Javier Villarreal, Tedi López Mills, Sergio Cordero, Dana Gelinas, María Baranda, Roxana Elvridge-thomas, Jesús Ramón Ibarra, Jorge Fernández Granados, José Eugenio Sánchez, Samuel Noyola, José Homero, Ernesto Lumbreras, Felipe Vázquez, León Plascencia Ñol, Mario Bojórquez, Julio Trujillo, Claudia Posadas, Ofelia Pérez-Sepúlveda, Julián Herbert, Luis Vicente de Aguinaga, María Rivera, Jorge Ortega, Álvaro Solís, Balam Rodrigo, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, María Cruz, Rogelio Guedea, Eduardo Padilla, Eduardo Saravia, Jair Cortés, Francisco Alcaraz, Hernán Bravo Varela, Óscar de Pablo, Iván Cruz Osorio y Alí Calderón.
El siguiente texto fue leído en la presentación del libro Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982, el pasado 3 de marzo en el la Feria del Palacio de Minería.
por Mijail Lamas
Ha sido superada la valoración de tradición de la ruptura que se extendió en México con mayor fuerza a partir de la publicación de Poesía en movimiento y que terminaría imponiéndose como “inconciente y secreta continuidad”, así como manera casi única y legítima del desarrollo del quehacer poético (impuesta gracias a la fuerte intervención de Octavio Paz en la vida cultural del país)[1]. En este escenario una nueva recopilación de voces de la poesía mexicana ya no atiende necesariamente a dicho precepto. El impulso de homogenizar la escena poética en un solo registro parece haber quedado atrás  para admitir que el eclecticismo y la heterogeneidad son un impulso legítimo de la modernidad puesta en crisis. Se debilita entonces la restricción de un canon que sólo admite un tipo de poesía que emplea recursos estructurales de “apertura” o tomados de las vanguardias históricas.
Muestra de este cambio son dos trabajos que anteceden al que hoy nos ocupa y que representan un acercamiento interesante al fenómeno poético nacional de los últimos diez años; me refiero a La luz que va dando nombre: Veinte años de la poesía última en México 1965-1985 El oro ensortijado, poesía viva de México. La primera propone una lectura desde la identificación de ocho distintos lenguajes de la poesía mexicana actual,[2] a la vez que alienta el diálogo y la discusión sobre las distintas interpretaciones del fenómeno poético y apoya la visión de una poesía mexicana diversa. La segunda propone una lectura que reúne una colección de poemas de importantes poetas vivos de México, de ahí la variedad de registros que, sin embargo, coincide en poemas de elevada precisión expresiva y una fuerte connotación delpathos, estos últimos como elementos estéticos de mayor valoración para los antólogos. Ambas privilegian la importancia del poema como objeto de estudio, por encima de la filiación estética de los autores.
Es por eso que mi contribución en Vientos del Siglo, coincide con estos dos esfuerzos al intentar definir de manera mucho más amplia las formas que impulsan nuestra poesía actual.
Tensiones de la tradición
 
El juicio recurrente acerca de que la poesía mexicana no ha corrido riesgos formales o de ruptura como la poesía sudamericana de vanguardia o aquellas que la preceden, ofrece un último intento por mantener vivo el cliché crítico de una literatura nacional conservadora. Sin embargo, para nosotros ser modernos (o posmodernos) se ha convertido en una fatalidad, habitantes del mundo contemporáneo. En el momento histórico en que surge Poesía en movimiento, se busca desprender las ramas de los lenguajes explorados durante el modernismo, que seguían presentes en muchos poetas descartados por los antólogos. Desde entonces la poesía mexicana sobresale por utilizar procedimientos que experimentan desde la connotación del pathos; la innovación formal atiende a una necesidad emotiva. Los poetas mexicanos que encarnan mejor el impulso de exploración y ruptura, en distintos niveles del lenguaje, han sido José Juan Tablada, Manuel Maples Arce, Salvador Novo, Gilberto Owen, Octavio Paz, Abigael Bohórquez, Gerardo Deniz, José Vicente Anaya, Max Rojas, David Huerta, Coral Bracho, José de Jesús San Pedro y Ricardo Castillo entre otros y se extiende hasta nuestros días. La importancia de estos en el escenario de nuestra lírica nacional nos dice lo contrario de aquellos que alegan una poesía mexicana conservadora. Tal vez se le reproche a la poesía mexicana no haber redundado en escuelas de manifiestos vanguardistas, no obstante, sus individualidades han repercutido profundamente a nivel de la lengua en una indagación penetrante del fenómeno poético, del mismo modo que se han incorporado aquellos elementos que de las vanguardias han creído valiosos y desdeñado aquellos que por su afectada artificialidad poco o nada podrían aportar al corpus sustancial de su obra.
El fundamento de la experimentación formal de la poesía mexicana se cristaliza en una estirpe de poetas que se distinguen por reafirmar con Ramón López Velarde uno de los más altos postulados de nuestra poesía: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos…”. La emoción será entonces el signo distintivo de la mejor poesía mexicana.
En la poesía mexicana actual encontramos que los elementos que dan personalidad al discurso de la lírica son preeminentes. Se intuye con María Zambrano que la “poesía es vivir en la carne, adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte”[3] .
La poesía mexicana siempre ha estado en contacto con elementos de la oralidad (Renato Leduc, Efraín Huerta, Eduardo Langagne) y la búsqueda de una cadencia que puede ser dicha en voz alta y a la vez recordada (Octavio Paz, Jaime Sabines, Efraín Bartolomé), de ahí la noción de perdurabilidad que le es inherente. Por lo anterior la poesía mexicana no está en conflicto con la sonoridad de la versificación de acentuación prosódica o con las indagaciones hacia dentro de la preceptiva tradicional, esto se debe a su fuerte temperamento clásico (Bonifaz Nuño, Alí Chumacero).
Alí Chumacero
También conserva el amor por el significado por encima de las isotopías del significante, pero no es raro que se encuentre flexionando la frase poética -sin llegar a la incomunicación o al sinsentido (Salvador Novo, Abigael Bohórquez, Max Rojas). La poesía mexicana también ha mantenido una fuerte presencia del yo de la poesía lírica y a su vez ha explorado otras formas de la enunciación que acentúan la efectiva transmisión del pathos. La poesía mexicana recupera y actualiza estrategias de otras tradiciones como la galaico portuguesa, la poesía catalana, el epigrama latino o la lírica prehispánica, esta actitud es sensible de ser tomada de los “varios movimientos de ruptura [que] promovieron activamente la recuperación de tradiciones alejadas o despreciadas”[4] (José Juan Tablada, Octavio Paz, Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde, Francisco Cervantes).
Eduardo Lizalde
La poesía mexicana dialoga con otras disciplinas artísticas, aunque sigue considerando a la palabra como vehículo efectivo de su expresión. Como podemos observar el fundamento de la experimentación formal de la poesía mexicana se diversifica en muchas direcciones, siempre en busca de la perdurabilidad. Nuestros poetas también han atendido el cambio de sensibilidad que determinan los procesos tecnológicos actuales, incorporado a su poesía la fascinación por la inmediatez, el uso del léxico proveniente de la mercadotecnia, el mundo cibernético, el lenguaje de lo tecnológico, el discurso académico (sobre todo la jerga de la ciencia lingüística, ya sea como apoyo o parodia), el zapping, la chat poetry y el slogan, siempre como procedimientos que determinen nuestro estar en el mundo (José Emilio Pacheco, Francisco Hernández, José Eugenio Sánchez, Alí Calderón), donde la sensibilidad se modifica pero las preocupaciones humanas siguen siendo el amor, la muerte, la soledad, la nada.
Rubén Bonifaz Nuño
En los últimos tiempos se ha revalorado con nueva energía rasgos de la obra de tres importantísimos poetas mexicanos, dignos renovadores de la estirpe lopezvelardeana: Alí Chumacero (la pulida elaboración técnica), Eduardo Lizalde (la contundencia y la eficacia en el decir) y Rubén Bonifaz Nuño (la exploración formal y la manera en que su personaje encara la realidad del mundo), poetas que paralelamente a la poesía de Octavio Paz, crean obras tan singulares que enriquecen con una fuerte personalidad a nuestra poesía nacional.
Francisco Cervantes
También en estos tiempos se ha puesto mucho más atención a la poesía de Francisco Cervantes y Abigael Bohórquez, dos poetas que han sido poco atendidos por la crítica, el primero por la extrañeza que causa su propuesta estética que recupera estructuras y valores del pasado medieval galaico-portugués, el segundo por su abierta temática homosexual además su actitud combativa socialmente.
Abigael Bohórquez
Entre los libros que representan de manera eminente a la poesía mexicana más actual podemos encontrar Vivir al margen: poemas, 1981-1986 de Sergio Cordero, que mediante un uso eficaz de la silva crea poemas donde todo pende de un hilo ante el desastre; Fuego de Roxana Elvrige-Thomas, con poemas de una melodía cercana a los pies métricos latinos, donde la enfermedad y el dolor son formas de la expiación o la venganza; Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados, es una esplendida escenificación del amor y los paraísos perdidos a través de una cuidada e inusual elaboración estrófica; Physical Graffiti de José Eugenio Sánchez, mantiene algunas formas tradicionales del verso, la prosa poética e incorpora tópicos de la cultura pop desechable y un tono humorístico bien logrado; El deseo postergado de Mario Bojórquez, es un libro con poemas de preeminencia heptasilábica donde se va creando un testimonio en que el conocimiento de la imposibilidad es a la vez desencanto y aprendizaje; en De las tantas voces de Ofelia Pérez Sepúlveda, que construye desde la asimilación de la oralidad una polifonía de fronteras geográficas y vitales; Hay batallas, de María Rivera realiza una cartografía del desconsuelo y el desamparo que nunca abandona la precisa musicalidad; Cantalao de Álvaro Solís, mitología de un pueblo imaginario que sólo es posible entre un río de largo aliento y un mar de imágenes entrañables; Ser en el Mundo de Alí Calderón, que echa mano de una buena cantidad de procedimientos clásicos que construyen una poesía de temática erótica que lo distingue de otros libros escritos por poetas de su generación; y finalmente Contracanto de Iván Cruz, que incorpora a su poesía el discurso de la historia a la vez que consigue un tono íntimo, pocas veces logrado en la poesía de tema social. Como podemos ver, estas obras, aunque parten de la emoción como un principio que las distingue, se han cristalizado en realizaciones muy distintas.
Una nueva muestra de poesía mexicana
Toda antología es polémica.
El trabajo que nos convocó también surge de este impulso que revisa con ojos mucho más atentos las expresiones de la variedad y que sin duda ha puesto hincapié en la búsqueda de la calidad de los poemas, tal vez resulten evidentes las discrepancias en el gusto de los antólogos. Sin embargo, también es indudable el diálogo y la discusión que rodea el consenso que se ha traducido en el trabajo final. Asímismo es evidente, como inédita, la mirada descentralizada de quienes fueron convocados para ello.
Para esta labor, y para decirlo con palabras de Geney Beltrán, se buscó a aquellos poetas cuya “escritura es un incendio íntimo del que no es posible salir intacto”[5]. Finalmente, en el balance general de este trabajo, el lector encontrará una poesía en la que predomina el reflejo boyante del alma humana.

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[1] Desde el principio la idea de crear una antología de poemas que “amenazaba con eliminar de cierto canon mucha poesía que es indudablemente moderna, pero que no emplea mecanismo formales o recursos estructurales de apertura”, fue vista con renuencia por Alí Chumacero y José Emilio Pacheco, antólogos también de Poesía en movimiento. Ellos reparaban en la necesidad de observar elementos “nada vanguardistas como la dignidad estética, el decoro y la perfección” (Stanton, Antony,Inventores de Tradición: Ensayos sobre poesía mexicana moderna, Fondo de Cultura Económica, Colegio de México, México, 1998).
[2] Motivados en buena parte por el ensayo de Jorge Fernández Granados “Poesía Mexicana de fin de siglo: para una calibración de puntos cardinales”, donde se reconocen cuatro tipos de lenguajes poéticos: poesía de imágenes, poesía referencial, poesía del intelecto y poesía del lenguaje.
[3] Zambrano, María, Filosofía y poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1939.
[4] Stanton, Antony, “Poesía y poética de Alfonso Reyes” en Inventores de Tradición: Ensayos sobre poesía mexicana moderna, Fondo de Cultura Económica, Colegio de México, México, 1998.
[5] Beltrán Félix, Geney, El sueño no es un refugio sino un arma, UNAM,  México, 2009.

LA VANGUARDIA COMO UN HÁBITO




Simulacro de sortilegios, antología poética
Emilio Adolfo Westphalen
DGP/Conaculta
México, 2011, 283 pp.
por Mijail Lamas
Se cuenta que una vez se le tomó por santo ya en avanzado estado de putrefacción.
Emilio Adolfo Westphalen
El surrealismo, como movimiento internacional, logró repercutir profundamente en la literatura hispanoamericana; la presencia que tuvo en países como México, Argentina y Perú fue determinante para el desarrollo de nuevos caminos expresivos y la liberación de la dicción poética. Las obras de Octavio Paz, Enrique Molina o Emilio Adolfo Westphalen representan la asimilación del movimiento desde este lado del Atlántico, apuntalando al movimiento como uno de los de mayor influencia en el continente.
En el camino que trazan las vanguardias en América, la obra de Emilio Adolfo Westphalen surge como pionera de una expresión que modificará profundamente los registros de la poesía peruana y buena parte de la poesía latinoamericana.
Ante tal panorama histórico, la aparición de Simulacro de sortilegios, antología poética, resulta una oportunidad para recorrer la obra de este enigmático escritor que a la edad de 22 sorprendió a propios y extraños con su primer libro, Las ínsulas extrañas (1933), y que después de su segundo libro guardaría un silencio de 45 años, salpicado por infrecuentes publicaciones en revistas.
En este primer Westphalen conviven de manera orgánica la influencia del Vallejo de Trilce, el ripio consecuente de la escritura automática y por momentos la reiteración a la Gertrude Stein. Su atasque rítmico y su desarticulación sintáctica, aunque prefigurados en su programa de ruptura, por momentos parecen atender a una congestión anímica más que a una deliberada búsqueda experimental.
Bajo la llama la gota de sangre el ave
La noche es más lenta
Se empina
Por te ver si yo
Aunque estás muerta
Oyes
Ante los repetidos ejemplos es fácil concluir que Westphalen es un vanguardista en la forma y un romántico en el fondo, además de que no logra desprenderse del todo de cierto léxico modernista, que resulta mucho más presente en su posterior libro, Abolición de la muerte (1935).
Lo que entonces sorprendió de Las ínsulas, su acumulación de frases inconexas, su dislocación sintáctica, su decidida rispidez sonora, resultan después de cinco poemas, estrategias predecibles y algo monótonas. No obstante, es importante mencionar que este tipo de ejercicio formal que desarrolla Westphalen ha florecido de manera mucho más afortunada en poetas como Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Octavio Paz y hasta en la prosa de Julio Cortázar.
En el apartado “Abolición de la muerte”, Westphalen reproduce de manera más definitiva la fórmula bretoniana de “Unión libre”: acumulación de imágenes seriales, que en el caso de Westphalen no siempre son afortunadas. La cadencia de sus versos es decididamente menos entrecortada y atiende a un flujo de pensamiento en menos tensión:
Y las manos líquidas para a tientas encontrase
Y algo como cabeza rodando por las escaleras
Y algo como frutos subidos de círculo en círculo
(…)
Había tantos nidos de dulzura y silencio entre nuestras bocas
Mientras que “Balanza exacta” es una reunión de pedacería donde lo que más destaca es alguna prosa que por momentos recuerda al Cortázar de Historias de cronopios y de famas, en “Belleza de una espada en la lengua”, Westphalen logra una mayor efectividad metafórica, mediante un trabajo de depuración, con el que logra construir miniaturas en las que es evidente la remoción de algunos residuos de la escritura automática, además de plantear un extrañamiento mucho más directo. Tampoco es raro observar la búsqueda de una cadencia menos dispar.
Nadie más sino
Nerval capta la diáfana
Mirada que concede
La vida como una muerte
Gozosa porque negada.
En los demás apartados de Simulacro de Sortilegios… Westphalen continúa depurando su peculiar poética, y del exaltado verso surrealista pasa a miniaturista ocurrente, no siempre afortunado. Sus recursos han ido gastando, su formula se sintetiza, se fragmenta o se destruye.
Así, mientras que en sus primeros libros hace añicos la convención formal de la poesía heredera del modernismo, hacia el final de sus días nos entrega una candorosa y malograda pedacería en la que abusa de la descripción y cierto tono anticlimático, donde la ironía es insuficiente para la vuelta de tuerca.
Frente al mar del poniente — el cuerpo en pie del amante tapaba casi por completo el de su compañera — reclinado sobre reducido parapeto.
Eran visibles — con todo —brazos desnudos alrededor de cuello ajeno y — abajo — extremos deleitables de las piernas — meciéndose lenta — pendularmente.
Hay que resaltar que si bien al final de sus días sus estrategias formales se fueron modificando, Westphalen no logra mover el registro de su sensibilidad como otros poetas de su tiempo.
Finalmente, y más allá del museo de la vanguardia, Emilio Adolfo Westphalen se nos presenta como un pionero de la liberación expresiva de la poesía en lengua española, sobre todo desde el nivel sintáctico, además de pertenecer a esa legión de poetas americanos que disemina la buena nueva del surrealismo y su escritura automática. Sus estrategias, como apuntaba previamente, encontraron mejor suerte en otros poetas, sobre todo porque en él esta expresión novedosa no logra actualizar su sensibilidad tan arraigada al léxico modernista. Su hábito no logra cubrir su corazón de viejas resonancias.

ESCRITOS A MANO, O LAS MUCHAS TRAVESÍAS DE ESTHER SELIGSON



Por Mijail Lamas

Escritos a mano, de Esther Seligson
Editorial JUS
Pág: 236
Serie: Contemporáneos

Voy a enfrentarme a esta página parpadeante y eléctrica para hablar de Esther Seligson, así que antes debo hacer una precisión, esto no es una reseña, sino una de las formas de la devoción. Así que frente a esta computadora, este aparatejo que nunca fue digno de su confianza, estoy por hablar sobre un libro de ella.

Esther Seligson se enfrentaba al ejercicio íntimo de su escritura (la ficción, la poesía y sus diarios) escribiendo a mano, luego pasaba sus escritos, casi sin un error, en su Olivetti color beige, esa que cargó desde Portugal hasta su departamento en la colonia Juárez. Esa máquina con un teclado inusual, con virgulilla, acento circunflejo y cedilla; esa máquina que denotaba una modernidad obsoleta, y que un buen día decidió regalarme con su respectiva dotación de cintas rojinegras.

Los garabatos de Esther Seligson inundaron el  papel de libretas que venían de todas partes, cuadernos de pastas azules y gruesos renglones que trajo de Israel, amarillentas hojas que sobrevivieron de sus viajes a la India y el Tíbet, delgadas hojas de una libreta que compró en Lisboa, tal vez en la Rua dos Douradores, la calle preferida de un tal Fernando Pessoa.

De esos cuadernos nace Escritos a mano, más que un libro, un prodigio en su variedad de matices e intenciones, en él “todo es invitación a prepararse para entrar en un mundo radicalmente distinto…”.

Su naturaleza fragmentaria no bosqueja, pinta en pocos trazos y de manera deslumbrante las expresiones de los personajes que lo habitan, vuelve palpable cada uno de los escenarios en los que se sitúa, revela la textura de cada una de sus obsesiones y deja al descubierto la poderosa personalidad de su autora.

En estos escritos a mano no hay géneros puros, las narraciones van del ensayo a la prosa poética con la naturalidad que les proporciona el genio de esta escritora que nunca aceptó las ataduras de lo convencional. Pongamos por ejemplo el cuento “Mendiga de São Domingos”, donde desarrolla de nueva cuenta el ciclo de la diosa madre, que está muy presente en Todo aquí es Polvo. El cuento le sirve de pretexto para discurrir con nuevo lustre sobre una de sus más caras obsesiones, el culto de la triple diosa, de tal modo que su escritura no es un simple ejercicio estético, sino consumación de los misterios y preparación para el viaje:

Todo plazo ha de cumplirse necesariamente y a Tu clemencia apelo, Reina y Señora de Todo lo Existente, acógeme sacrificio funerario en Tu bosques de álamos y sauces, y permite que se desprenda libre y gozosa mi alma hacia Tu Luz mientras la nieve sepulta mi cuerpo en el seno de las sombras purificadoras.
Amén…

En este libro también hay poemas, en ellos prevalece la rima asonante tan despreciada por los poetas, pero a la que le debe su popularidad Jaime Sabines. La versificación de estos poemas no responde al ritmo de la acentuación prosódica, la tradición hebrea pesa mucho más, así que su ritmo constantemente se respalda en la versificación paralelística que no atiende a la reiteración fónica, sino a la reiteración del pensamiento:

Yo soy mi propio mar
el barco en que navego
el puerto la escala
el adiós el encuentro
el viaje y el trayecto
no hay enrancia
sólo un perpetuo zarpar.

La estructura de estos poemas también resulta interesante en su exploración, especialmente en “Intemperie”, poema al que atraviesan tres distintas lecturas, 1) la anecdótica, 2) la que reflexiona sobre el decir del poema y 3) la que reuniendo las dos anteriores da cuenta del despojamiento al que nos somete la muerte.

Sé que es un lugar común
pero voy a decirlo
-desgajaron de raíz el árbol-
con esas palabras y no otras
-de raíz el árbol guardián de la calle-
sencillas y claras
-el árbol donde trepabas niño-
como las líneas de dolor
que su ausencia súbita trazó
-el árbol a cuya sombra
tantas infancias anidaron-
desde la raíz hasta las ramas
lo desgajaron
la calle tan desnuda
huérfana…

Escritos a Mano también nos muestra los múltiples universos que conviven en la escritura de Esther Seligson, la dualidad de la cultura mexicana y la hebrea y sus paralelismos que se lee en “De ciudades santas y tierras prometidas”; de su búsqueda de la espiritualidad manifiesta en todos los lugares que visitó, así fuera París, Jerusalén “poblado de plegarias” o el Tíbet, donde comprendió “cuán real es el mito universal de un centro originario común”.

La lógica que rige la escritura de Esther es “intuitiva, multidimensional y polisémica”, leerla es “permitirle a lo insólito entrar libre y gozosamente” a través de nuestros sentidos, es aprender “que la escritura es la única Tierra Prometida que le espera al escritor, y el Libro la única ciudad santa que le da cobijo”.